Adrian Samuel Prewett.

{01/01/2011}.

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Ya había asimilado que el cigarrillo era algo del pasado. Dentro de la estrategia de recuperación el tabaco era casi una sentencia de muerte y sin embargo, el fantasma del cigarrillo sobrevoló otra vez por nuestras vidas.
En casa se habían lavado las cortinas y las alfombras, que también habían sido víctimas del humo. Había renovado cuadros e, incluso, había quitado todos los ceniceros. Ya no había nada y sin embargo seguía sintiendo olor a cigarrillo y no podía explicarme porqué.
No lo podía creer. ¿La mejoría lo había motivado a mi abuelo a subestimar la enfermedad o era que yo veía fantasmas por todos lados? No es que algunos adictos al tabaco se quieran suicidar, simplemente no piensan a largo plazo. Hasta que, con todo el dolor a cuestas, rebusqué por toda la casa a ver si encontraba algo… Y encontré de todo: cigarrillos sueltos y paquetes cerrados.
La primera reacción fue de rabia. Luego vino la desesperación. Caí en conciencia. La otra reacción fue la de creer que se trataba de cigarrillos y paquetes de la época en la que mi abuelo fumaba, pero en realidad este descubrimiento significaba tomar conciencia de que estaba parado muchos pasos atrás respecto del paciente y del tratamiento. Significaba que había vuelto a tomar el mismo veneno que lo había llevado al límite.
Estas desinteligencias generan en el seno familiar, especialmente en los más pequeños, resentimiento y pocas ganas de querer seguir luchando. Al que acompaña es al que le toca la peor parte de estos planteamientos, pero, siempre debe estar del lado del enfermo. A partir de momentos así debe estar más atento que antes y hacer el máximo esfuerzo por meterse en la cabeza del paciente y dilucidar en qué puede seguir ayudándolo. En principio, deberá seguir luchando sin enojarse, y sin retar al enfermo. Sí, es lo más difícil, pero también, lo más recomendable.
Cuando los boxeadores están peleando y uno cae a la lona, el que sigue en pie debe esperar a que el otro se levante, no puede seguir castigándolo mientras está en el piso. Cuando el enfermo está en el piso, lo primero será ayudarlo a levantarse. Una vez que tengo la suficiente capacidad para entender lo que se le dice y cómo se le dice, recién ahí puede intentar mostrarle qué hizo mal (como para que no lo repita).

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